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Saudade

Ingreso: martes 25 de abril de 2017
Capítulo 1 - pags: 01 - 04


Saudade, o el origen de la vida


"Erase una vez un indicio de vida y un lecho fértil deambulando ajenos entre las especulaciones de la voluntad y el propósito"


Capítulo I
Acaso



Solitariedad. Significancia e insignificancia de la vida


Agua, sol, tierra, aire, elementos primigenios de la existencia, por sí solos, sin muy poco o ningún significado en el contexto primordial de la vida sin el auxilio de la mano. Mano eterna, herramienta multiuso, extensión de la mente, a su vez también inerte sin la intercesión de ese conductor principal cuya chispa mueve al mundo en sus dos sentidos holísticos fundamentales, aun cuando su injerencia física fuese innecesaria: la voluntad.

Voluntad, suerte de aptitud supra humana, al parecer, destinada al fracaso y a su extirpación como cualidad racional, aun desde su pre concepción, de esa cada vez mas solitaria masa corpórea humana, sin la presencia oportuna de la consideración, y de aquella ligera dosis de actividad sensorial que junto a la sensitiva, sea capaz de desencadenar toda una secuencia implosiva de júbilo que, aun sin el deflagrar pomposo de la extraversión, entinte cada rincón todavía escondido del suelo y del hábitat humano en ciernes.

Voluntad-deseo, imaginación ya en la mas inestable etapa de su carga cinética rotacional que al poner en relevancia con su apercibimiento, otros instrumentos de vida en búsqueda tan elementales como los pies, y referentes armónicos de confluencia y compatibilidad tal, como la intuición, la admiración y la ternura, en los cuales, el horizonte, los confines, el sentido, el sendero, el color, acusen vida propia ante la mirada invisible de la satisfacción: le otorguen a los ojos, también en pleno ajuste de sus funciones aprehensivo-facultativas, esa fundamental aunque no menos predestinada hacia la extinción, capacidad contemplativa.

Hábitat humano, madre ternura en la más formidable metástasis benigna de la consideración y el amor endógeno. Punto fénix entre las disquisiciones de la creación. Hogar en el más completo de los sentidos amnióticos de la vida; punto experimental cataclístico autónomo, paso segundo a punto de fenecer, en el plasmado de ese bosquejo inconmensurable de un todo llamado eternidad que se deslumbra ante los ojos. Colores intensos. Turbulencia amansada. Soledad en la más azul de las distancias y cercanías de la predilección que da inicio al primer titilo.

Espléndida palidez 

Es cuando lo inerte, todavía en el sentido más inconexo de la voluntad, comienza a tener sentido. Cuando la contemplación, tras ese encendido de alientos visibilizados por el gélido, inicia su viaje infinito hacia el sin fin de la fascinación, en tanto el movimiento, el sentido y la funcionalidad, una y otra vez, deben afinar el itinerario en busca de la perfección. Es entonces que aun esa pálida presencia en la escala de colores adquiere esencialidad e indispensabilidad, en tanto los colores intensos, todavía innombrados, más y más requieren fundamentado protagonismo.

Pardo sol, pardo agua; verde, amarillo, rojo y azul sol, jaspeando sus tonos con el azul, el rojo, el amarillo y el verde aire. Explosión dentro de la implosión que enciende, inicia y abre, un nuevo punto de eclosión de vida con un marco y un pincel todavía en paralelo bosquejo. Hábitat de hábitats si acaso un oasis premonitorio se desapercibe en ese futuro incierto de la creciente involuntad humana, todavía sin pros y tanto en contra en la mente progenitora.

¿Que nace colorido sin que la presencia acarbonada de la voluntad, ya aunada a la sensibilidad y a la consideración, hayan antes plantado la bandera de llegada y agitado la de partida? ¿Surtiendo con su sola presencia de colores premeditados y simétricas intenciones, a la aridez y a la desolación de lado de la expectación, de aquellos primeros indicios de húmeda esperanza en su dormidero baldío? Húmeda y soleada esperanza que al contacto con las primeras huellas amorfas de esa calzada desnuda ___evidencia primera del preconizado paso del primer colonizador__, deberá antes rescatar de manos sacrílegas y sacrosantas, como prueba de fe e imprescindible función y fusión al ciclo de la vida ya en formación, el sendero excomulgado al diccionario. Y ese rojo intenso que entre el rubor de mejillas y el té del atardecer, la voluntad la quisiera retozando a media altura asida a las manos de la esperanza, a ambas manos, en tanto los pies; en tanto la distancia, la dirección, y aquel punto azul que tanto necesita de la presencia para ahogar su soledad en la rotunda calidez de la mancha: espera y espera, mientras acomoda su lugar en la atiborrada trayectoria.

¿Azul? ¿Blanco? ¿O ambas? 

¿Y si es lo pálido el primer indicio de vida, que es lo azul? El azul cielo, el azul amanecer, el azul mar, azules nodriza todos ellos, ensayando su primer y rutilante reflejo al paso tentativo del gameto, pero sobretodo, entre lo ficticio y real que todo buen inicio de vida debiera expeler, primero en son de aromas: con aquel azul duende merodeando su motivada silueta invisible por los confines pardos del imago, nuevo punto arcoíris elegido con minucia en el mapa de la aquiescencia. Remolino cromático, coordenadas del alma señalizando el lugar a enterrar el oro de la fecundidad adonde le sean bienvenidos, no solo los linderos de un nuevo hábitat inverso a tanta frivolidad que acosa desde el imago y el doro alimenta, sino, a la vez que le son señalizados los nuevos dominios dimensionales a la materia, en lo abstracto, quien sabe en lo real e ideal de esa por ahora ufana búsqueda de equilibrio —calidad que sí existe, y persiste—, acaso algún día fusione su fama y solitaria figura, al calor que emanan los pares y sus múltiplos en el por entonces imaginado bosque del nacer y el renacer: el del amor, la fecundidad y la trascendencia.

Amor todavía hecho aromas bajo un techo, si bien intemperado aún, y de cortinas en pleno proceso de intercalado de sedas, tejiendo ya entre sus amagados aires a cálidas paredes verde traslúcido, lo más cercano a la también hasta entonces imaginada filogénesis humano-ser: aquel igualmente imaginado hogar compartido. De osmóticas paredes color corteza, techo azulado y luz interior propia color alma, que la paz en inminente avanzada ha silenciado y colmado de inodora y confortante ambigüedad asistida por el calor meollar de su regazo. Hogar entrañable hogar.

Aromas que insinúan los primeros colores, las primeras visiones translúcidas abriéndose paso entre las voraces fauces de la aridez. Primeros riachuelos despertando de su sueño original con ese no menos originario aroma a humedad de polvo y tierra asentando su lecho, intuitivo, al lento paso del por ahora solitario bastón mágico que funge de arado al solo auxilio del blanco luna. Blanco original. Cónica luz de interminable y laboriosa noche que en el cénit de su intensidad lumínica, contagiada por el extasío del azul de ojos que orna y sublima a la corona, espera y espera el amanecer y aquel trinacer sublime que guarece a la especie: los contados segundos de verdadero color esperanza que el jaspear de los orillos nocturnales de ese descorrer de cortinas, ponga en movimiento los émbolos de la acción humana en baño celestal tripartito.

Cadente silencio 

Pero que es la paz o es el amor sin el sonido que temple el andar sigiloso de la sombra sola, aun cuando colma. La creación en suma fue una fiesta aun desde su pre-concepción, y como la luz al color, o la palabra a la cadencia del hoy, necesitó de sus variantes cromáticas que hagan audibles el color y el movimiento, y visibles la placidez y el suspiro, aun en la penumbra, aun cuando el dominio de la simbiosis paz-silente descolle.

Sonido original que no acompaña ni libera de imágenes espectrales al silencio. Urdidas y agigantadas en el imaginario de la noche, es apenas salvado de tan irrelevante ausencia, cuando le da argumentos a unos pasos y a un compás, o a una cadencia todavía en inercia, y más a lo lejos, a un danzar, todos escondidos entre los trazos del lápiz rasgando el papel. Y aquel bosquejo al carbón que ya ansía batir las alas.

Dejado flotando entre un follaje aún sin auxilios de vientos ni de mimetizadas siluetas de tordos que tras su primer sacudir de plumas la inciten a labrar ese primer eco que esparcido entre llanos, quebradas y cumbres desnudas, como llamado de dianas, en vez de bostezos y alientos guardados, llene de sonrisas el rostro del amanecer. Frescas atuladas sonrisas que en medio de esos por ahora, indecifrables susurros melódicos de sus lejanías, esparcidos suavemente por el alisio nacido del revoltijo, le sean añadidos los oidos al tallado: de pronto un ingénito clic sorprende al natural aullido del viento.

Finalmente el estallido final, que tuerce y encoge los labios del escultor que deja aflorar tanta onda expansiva contenida que despierta al ave dormida. El primer tono, el segundo y aquel que procede al infinito en un interminable de sones que encabrita a las sombras: la melodía.

Sombras de luz y de carbón que al unísono, danzan al compás de la novel melodía hasta el amanecer, hasta que en un asomar de ventanas ineludible, el azul neón ya batido en punto nieve, llegue, se interponga e invada cada espacio entre el fugaz y el ritmo, apaciguando con ese atenuado celeste con el que irrumpe los ánimos encendidos, en un suave abrazo de parejas y espejos distorsionantes que den origen al concepto de la fertilidad y la propagación de las especies ya con el azul clareado, lentamente siendo disipado por el blanco dorado que incorpora el color vida a la mesa de trabajo...Continuará.

Escribe: Rodrigo Rodrigo

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