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Este es mi compromiso

Este es mi compromiso
Con tu voz nadie será silenciado

Hora: GMT - 05:00

"Estela azul"

Ingreso: lunes 11 de mayo de 2011 
Capítulo 1 - pags: 01 - 06 -
Actualizado: lunes 09 de noviembre de 2015



Estela azul

Como la calma, que se dice antecede al temporal; o aquella serenidad engañosa que tras el telúrico precede al maremoto, exponiendo ante los ojos escépticos todo lo que las privilegiadas intuiciones y ominosos olfatos dijeron y consignaron de aquellos inenarrables y paradisiacos fondos, que en ninguna postrimería de la vida jamás nos hubiese encandilado tanto hasta hacernos perder la perspectiva: así se dice, fue el tránsito hacia la devastación final de ese frágil planeta que conocemos como la Tierra. Visiones precarias que en lo más profundo de nuestros personalismos más impasibles, quisimos ver y extasiarnos de su intervalo ilusorio, para dar nueva rienda suelta a nuestros desenfrenos contenidos, apaciguados, ávidos de contravenir; y como no, debidamente coreografiados por aquellas nunca faltantes sirenas y sus danzas y cantos enloquecedores, cuyas disonancias disfrazadas de himnos epílogos, tampoco desistimos de la idea de sacarlos del todo de nuestras credulidades más inexpugnables.

Preámbulo


Si hubiera una forma de medir la nostalgia, en ese viaje sin retorno de la estrofa inédita, que en tanto más se pierde en el eco de su sinfonía, más y más resuena el pálpito de su melodía, comenzaría por reconocer su cúspide, su corona de espinas y ese vértice, el más penetrante de su órbita, donde pululan los recuerdos disonantes y los alborozos ópticos intrincan, tanto que cada vez deba reconsiderar los grados para no ser dejado atrás por su pungente magnetismo. Y hallar el sitio reservado adonde la pausa obstinada de su cadencia vocee mí nombre, y dejando al compás asumir su nuevo rol de latido, embarcarme en la cabina más solitaria de su partitura donde aún persista el eco del martilleo que al propio autor de la sonata le inspirase.

Si hubiera una forma de evitarla, destinado como estoy a surcar, centuria tras centuria su mal disimulada estela, me remontaría hasta aquellos años en los que nada importaba en mi viaje sin estada, excepto la espera, aferrado a su elipsis mezcla de desdén y sumisión. Aquella imperturbabilidad de un orden determinado de acontecimientos que tanto sofocara y ofendiera, en tanto algún avistamiento a lo lejos de cada maravilla del universo asomara deseosa de provocar el mayor de sus asombros; con sus constelaciones, sus gamas de colores, sus luces y sus silencios, y aun esa insaciable nada que al unísono, cautiva y jalonea con violencia, y en tanto también, alguna nada desdeñable parte mía, tentada fuese de dejarse estar, dejarse ir.

Solo hasta aquel minuto aciago en que una inmensa ternura llamara mi atención, por cuyo recuerdo bien valiera la pena volver a la parábola de la desolación, aquel minúsculo globo azul, que como el lamento más distante que ansía el cálido primer consuelo de algún apenas volver de miradas, alterara desde el meollo la perspectiva de mi imperturbable viaje; apenas con sus trazos intensos en verde y azul intentando hacerla destacar de entre los restantes planetas que conforman su sistema; y una singularidad, que aun en la vastedad del universo, con el tiempo, jamás hallara correlación alguna en cual ser comparada.

Y a partir de entonces, a apenas un minúsculo grado de desviación de una trayectoria paralela, si así lo permitiese el proyectista de tan magistral obra que solo entonces diera cuenta de la enorme perplejidad ocasionada, volver a su sola esencial compañía visual aun más allá de la propia perceptibilidad yacente, y en tanto crea reconocer en cada insalvable alzar de miradas la siguiente maravilla que el rastro de luz, piedad de lo eterno, sembrada en cada año suyo de este ahora nuestro peregrinar perpetuo, endosar al reojo la aridez del nuevo panorama marchito que tanto me entristece. Y borrar de mi memoria cada presencia orbital que me recuerde a la otrora aproximación añorada de tantas centurias sentidas, aun la de su propia fiel Luna radiante, la de los devotos ojos acólitos, cuya férrea obstinación de ser la vela de las noches de vigilia terrenas, descollara en mi la fascinación, canturreada por ese mismo silencio, que en el cénit de la plenitud envolvía en la somnolencia a parte esencial de sus especies, y en oposición al propósito de la estrella mayor, que desde esta perspectiva pareciese ser apenas un diente más del engranaje a cuya sombra persiste y se embebe la vida de energía: abrigara con su fulgente rostro la vigencia paciente del insomnolente, dureza de labor, entre otras de escudo, de cada amenaza que en forma de retales de alfarero, más y más se ciernen a su espalda, desde su disipada ruta en el universo. ¡Que tragedia!

Evocación


¡El llanto! Aún me parece oír el llanto que rompiera la noche y cambiara la historia justo en el máximo esplendor de su convicción, disuadiendo todo sentido lineal de mi paso obligado por parajes como éste, usualmente inadvertidos por su tenuidad y ausencia de tempestades violentas que asolan otros mundos; desviando mi mirada hacia lo más minúsculo de sus confines, sin que ello fuese suficiente alegato para hacer inútil la sacudida, al ser una sensación que apenas iba conociendo, un encantamiento que cual abrigo de noche invernal del cual intentar despertar se tornase en un simple absurdo.

Aún me parece ver la suave lumbre de la fogata y sus vaporosos satélites de irradiados alientos en forma de abrigo, que me forzara a envolverme entre las apacibles mangas de su torbellino, cual si fuese atrapado en la fuerza gravitacional de algún agujero negro, voraz, vertiginoso, irrefrenable, aun en la calidez de su estrujo, y al hacerme sentir por vez primera centro de atención, y aun de adulación, de una forma de vida autónoma que a partir de entonces, y a pesar de no aspirar a más que ser un instante en mis largas jornadas sin escala, haríase imposible sacarla de mi mente, en tanto mi viaje era reducido cada vez más a una larga ausencia y un soñado reencuentro que hoy por primera vez, hieren desde la partida. ¡Que desolación!

¡Quién admiraba a quién! Sentir sus murmullos en el vasto silencio de mi viaje perpetuo, ya desde sus típicas formas y movimientos comenzando a delinear aquel otro desplazarse y rotar sin trayectorias ni ejes rotacionales en lo más profundo e idealizado de sus arrabales, fue desde entonces un cobrar vida inexplicable. Murmullos, cánticos, chapoteos, aleteos y trinares entrelazándose en una misma tonada, para, en un apenas aguzar de oídos abismales, sumergirse en un vasto de clamores que arrecian ante la presencia de su lado obscuro, ese breve cerrar de ojos en cuya infinitud de su ecosistema hallar, el punto de inicio y fin. Luego el espectáculo cumbre con que saciar los años de vacío y soledad, al nuevo afinar de miradas y oídos, y descubrir, de aquellas miles de formas y movimientos ocupar cada cual un lugar definido en cada plano de su superficie. ¡Que fascinación!

Y como en una maquinaria, si acaso pueda ser comparar a ella tanto esmero natural y tanta previsión progenitora: cumplir un rol específico en el engranaje, pero a diferencia suya también, renovándose tan puramente para que el sistema se auto regule con tal perfección, que de seguro, al propio hortelano espeluznara. ¡Que escalofrío!

Desaliento


Mi último paso por estos confines plagado ya de turbiedad; de tonos pardos y negros usurpando los verdes; y los blancos y grises devorándo frenéticamente a los azules, sin poder evitar verla consumirse desde entonces, acentuando y mimetizando cada vez más sus tonos a la palidez del entorno del sistema: fue el inicio del presagio que hoy se consuma, y me obliga a plantearme con hosquedad, las preguntas que no le hiciera el hijo al padre, y este al suyo ¿Será así, de esta forma en que se inicia el final de los tiempos?

¡No!, es la respuesta que acude enfática, hoy, ayer, y lo haría mañana si todavía ella contara. Como obra máxima de la creación, el universo llegó con fecha de expiración incluida, y la vida, con tal simpleza de condiciones de subsistencia, se supone debía durar hasta entonces; instrucciones simples de un juguetero contentadizo que el consignatario jamás leyó o precavió.

¿Que pasó con tanta perfección que apenas había que saber gestionarla para que esta perdure? ¿Qué pasó con esa naturalidad que hiciera que trocara inapelable mi escala de fascinación e impulsara una admiración entre todas las maravillas de un universo que, muy a pesar suyo, de su apoteosis insólita e impredecible como todo lo cautivador, un solo contacto presencial hiciera la diferencia, alzándola por sobre lo que en adelante sería solo tedio y aburrimiento sobre todo lo demás? ¿Que pasó con el mantenimiento? ¿A quien le correspondía la tarea: al fabricante o al usufructuario? ¡Que imprudencia!

La nube densa que hoy opaca mi mirada no es lo que más me congoja. Es ese silencio ensordecedor que, tras haber conocido todos sus dialectos y acentos de entre los miles de ausentares y reencuentros protagonizados, lacera mi alma desde lo más hondo.

Alma sí, así llamada por el humano a ese meollo de vida capaz de no solo encender la chispa que hace vibrar cada molécula que mueve sus propias estructuras óseas y locomocionales, sino, de delinear sus rutas y enardecer sus sentidos. Alma que tanta belleza hiciera que en medio de raras sensaciones de afecto y de tristeza jamás sentidas, se fecundara y naciera también en mí. ¿Que fue de él, que pareciese no hubiere poder en el universo capaz de batirse en duelo sin que el azar de su premeditación hiciese quedar en ridículo cuanta embestida en contra suya fuera intentada? ¿La tendrían verdaderamente los humanos? ¿O como otras tantas falacias con que ocultar el miedo a la soledad, sería acaso el justo alegato con que justificar su ingravidez? Solo un batir de olas y un otrora incesante silbido de vientos transmutado en aullido estrepitoso, responden a mi inútil afinar de sentidos, y un profundo deseo de nunca haber volteado la mirada ante el llanto párvulo cuyo herodiano eco parece decidido a seguirme por el confín de los siglos. ¡Que tormento!


Capítulo 1

Temporalidad


Lástima de idilio platónico que como una fábula anónima deambulará muda entre las notas de su propio soundtrack y escenario imaginarios. Con el tiempo confabulado enseñándome a captar algunas voces en primera persona; voces alzadas de entre el murmullo llano, que de sus tonos moderados y modos aparentemente sensatos, solo podía intuirse a la humana como una raza sabia y prudente. Sin embargo, el feroz silencio que hiere hoy con violencia, tanto que, muy a pesar de su acritud y atrocidad, con gusto los relegaría ante un solo grito desgarrado y llamado de auxilio con que sopesar al menos la esperanza, así sea esta apenas imaginada, de que todavía pudiese hacerse algo: es la llaga que nunca termina de ser perforada; la espina que jamás culmina de asentarse; la hiel que persiste al trago amargo.

Si bien una de ellas, la voz de voces que haciendo del espíritu humano, destino y enmienda en medio de cantos homófonos y fábulas de esperanza, lograra en el calendario suyo, esculpir el punto de ruptura entre el ayer y el mañana en su pretendida comisión de reparar aquel gran naufragio humano de acatar las encomiendas y los predicamentos impulsados por sus propias escritos: en el mío, siéndome como me siento, también un ser converso, apenas a una palabra de ser una criatura suya, hoy, solo una palabra puede hoy resumir su significación: la existencia.

Existencia que tiene como radar de su trajinado andar a la conciencia; a la convicción como su brújula en su a veces ciego deambular; y a la voluntad como ese ente tractor cuyo temple a todo navegante entusiasma. Una cosa es ser el pedazo de roca que rueda al arrastre de una fuerza aleatoria sin que en medio de la total ausencia de propósito en la que desliza su masa, poco importe el fin que habrá de cumplir al término de su último ladeo. Otra es la percepción de su propia presencia; de su energía implícita y amplitud de trayectoria y aun de su redondez y tamaño propicio. Pues, si acaso un apenas desprenderse del acantilado del cual pender y causar inquietud no significara mucho para su implícita inercia, como aquel deshacerse de un peligro ajeno tan superficial e invisible que llama a un nuevo itinerar del reojo: el solo ver desviada de su curso tal amenaza, una vez trocada la inminencia cerril por la observancia; la inacción por la cautela, y quizá lo más importante, ese vacío sin sentido por la presencia; dinámica, vigilante y diligente presencia; seguramente no hará del nuevo almado un dechado de virtudes que ni siquiera el propio ingénito posee al optar por una envoltura tan laxa, pero al menos lo hará partícipe en ese eterno compartir de lo bello y consanguíneo de la creación; de esa simultaneidad de facultades y de acción tan manifiesta que la plena consciencia, aun en la inmovilidad, exacerba.

Que decir de la ahora nueva función dique, anti erosiva, del acaecimiento, en el contexto de la existencia. Es más, que de la temporalidad y la comparecencia en medio de tales anchuras trascendentales y misterios, entre cuyos fervorosos escritos humanos, el manto de la roca encandiló y sirvió de guía. A tanto llegó esa interacción humana en un hipo del tiempo, que volver a ser la roca inerte de entre tantas imperturbabilidades, de cuya trayectoria y destino en ese viaje interminable, solo la mano que esparciera el movimiento conoce su desenlace, aunado al silencio estrepitoso que el futuro depara, hace percibir, el fin de los tiempos cuan lejano es para el vasto, aunque sobre el fin y final de esta historia, ahora nuestra, ya no me atrevería a aventurar conjetura alguna. Como renegar del papel tocado en vivir, aunque lo pareciese; de esa entera consciencia que aun hoy, en pleno lamento que la querencia enardece, todavía obliga a observar evidencias y sinceridades, y a considerar eventualidades producto de esa otra de las hijas del alma, la sensibilidad concebida, muy a pesar del dolor que su indemnidad traía consigo; muy a pesar del recuerdo. Si fui la roca que en desmedro del desmorono se desprendiera, y en lugar de asentarse en algún orillo de la pila, lo hiciera en medio de la fuerza, la gravitación y la aceleración del cincel de su propio molde, firme y ceñido, a apenas un lado remoto del vértice, la pregunta es, ¿como deshacer lo hecho por gravidez del alma, que solo sigue los trazados del plan maestro?

Indagación


Si tan solo pudiese oír la sola voz que ansía reconforte mi alma; algún quejido sobreviviente que en algún azar de la calamidad y de sus ámbitos y rangos de incidencia, capaz fuera de escabullirse e intentar ser el grito que llore el renacimiento desde el más minúsculo de sus puntos de apoyo: su rebeldía, corpóreo y esencial vuelco de sensatez en un último aliento del espíritu verdaderamente humano y un desafío de intentar remontar de la extinción a la más capaz de las especies, pero la más torpe y destructiva a la vez, que vaya uno a saber si de salir esta vez del letal siniestro no le sirva una vez más de escarmiento. Si así fuese, y una vez restablecido el contacto, el asirse a alguna nueva oportunidad no fuera inútil, tal como lo alentara la nueva promesa en tanto ningún árbol de manzanos, ni ninguna serpiente cuentista, acechen sus nuevas noches sin luna.

Si levantar la mirada fuera un día, motivo de un irradiar de esperanzas en cadena ante un advenimiento, y una expiación de espíritu por siglos esperado, a partir del cual, mirar con otros ojos, y aprender a presentir y a confrontar como parte de un acto complejo en el cual juntos, promesa y voluntad, incidieran de manera esencial; aun cuando ante la espesa niebla que separa nuestro mutuo avizorar, sea hoy apenas intuida la mirada; quien nos dice que un nuevo converger de indagaciones y un espetar a voz en cuello de un, esta vez coherente, sentido de pervivencia; aun cuando atroz y frágil sea el ángulo del llamado que fuerce algún grado de presencia: un oír y escuchar ante una reconsideración de actos tan postrera y por tanto sincera, que, en una nueva conjunción de voluntades, promesas y compromisos, logre ser acaso la mano que logre tejer el paño con el cual sea capaz la esperanza de abrirse paso por entre lo más inhóspito de nuestros desalientos, incredulidades y desahucios. Aun cuando poco es lo que esta vez pueda una presencia tan perecedera como el azul de colas, suscitar en tanto la turbulencia desatada tiene poco más de un siglo de enraizamiento pero centurias de centurias de fecundación. Pero quien sabe, acaso se trate de un nuevo advenimiento. Sabe Dios si el nuevo advenimiento sea el hombre mismo, aquel hermano que a cuentagotas pervive, como el agua clara que en algún subsuelo hóspito también se aferre a la vida.

Pero es menester hacer acto de presencia. Ahora que todavía pueden estos fulgurados ojos, pretender ver su silueta renovando el pacto con un beso, esta vez en la frente. Ahora que el recuerdo alista el cuadro, el clavo y el martillo en la estancia conexa, y el alma, como nunca antes pensada, también parece hacer maletas habiendo tenido antes que silenciar a cuanto canturreo intentara aferrar sus últimos altos a algún rincón de la morada, y la esperanza, huidiza esperanza nunca adicta al ojo de cristal curioso, menos a las monsergas que aluden a la posteridad: tiene ya las coordenadas listas y la cuenta regresiva activada.

No hay mucho que ofrecer, apenas un nuevo silencio que arrulle las interminables noches de soledad del nuevo mortal; una luz itinerante que encandile los picos más álgidos de su intemperie vislumbrada; y quizá lo más legítimo de este ser insistente: aquella certidumbre de que cada promesa consagrada, cada visión compartida, como otras tantas veces en que sirvieron para tantos propósitos correspondidos en esa su breve historia de supervivencias y fidelidades, sean preservadas en aquel bagaje de jornadas largas que unos llaman esperanza y al que yo apenas puedo calificar como acto de perseverancia y pervivencia.

Hoy precisamente que el azul de madrugadas no es más la seda que sosiega el sueño de la tierra; ahora que su superficie no es más el suelo que pisa ninguna raza dominante, aun cuando alcanzara al fin las cero emisiones de partículas contaminadoras de sus cielos, tan ansiadas por los visionarios, pero que ya de nada les sirviera a las pocas especies vegetales a la sombra, culpables por omisión, que hoy tocan languidecer entre rayos de soles apócrifos; ni a la atmósfera inhóspita para la vida al natural en superficie que ya alista inapelable jornada hacia la extinción total de las especies…Continuará ❀❀

Por: Rodrigo Rodrigo

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