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Este es mi compromiso

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viernes, 10 de diciembre de 2010

Y ahora, quien podrá defenderlos


Siempre he considerado a la Universidad como a la prolongación el útero materno en la última etapa de desarrollo del ser humano y a la graduación, como su verdadero alumbramiento en los cuales, emulando al proceso de gestación pre y post-natal encargados ya no de forjar las complejidades del organismo para un correcto funcionamiento de sus habilidades motrices básicas de sus primeros años de ensayo y fortalecimiento orgánico, sino de dar consolidación a una serie de aptitudes y talentos que los haga listos de, una vez hallado el cauce adecuado, poner en práctica esa nueva perspectiva de mundo concebida en las aulas, y, casi, casi a la par de la inocencia con la que fuera una vez arrojado desde el cálido hábitat omniótico del vientre materno, asolar las afueras de un mundo totalmente diferente al de anteriores etapas de desarrollo, más natural, más humano y con una imagen ideal de lo que ese mundo requeriría de todo huésped como condicionante básico para una convivencia armónica.

Pero como buen explorador, salir de las aulas hacia un mundo hostil significa, como el reto de cualquier especie viva, enfrentar a una longeva élite vigente, reclamar dominio en un lugar usualmente ocupado por la mal llamada experiencia que no es otra que un derecho de antigüedad buena o mala, enraizada con todas sus cualidades y sus taras que las más de veces, demasiado pronto llena de frustraciones a unos, antes de haberles dado siquiera la oportunidad de exponer sus proyectos de equidad.

Otros, los menos lamentablemente, con mayor suerte que aquellos y con todas las posibilidades a la mano, incluido el poder mismo -por ello quizá su poco esfuerzo por imponerse-, con los cuales dar rienda suelta a la consecución de sus sueños desde un balcón tan poco usual, negado a las mayorías, si no claudican ante el peso de la responsabilidad y la impresión de un atemorizante círculo de poder que si algo tiene bien definido es su frialdad de mirada, simplemente se dejan seducir por sus rancios engranajes girando y absteniéndose a su ritmo; llenándose en ambos casos, de insensibilidad, permitiendo que tanto frustración como opulencia destierren de su campo visual a los sueños en tanto una nueva forma de consideración de la realidad paralela a la real y objetiva, mal llamada pragmática, los sume en un estado de ensoñación hegemónica que convierte a los otros, a aquellos fuera de su elipse traslacional en una extensión molecular del aire en forma de números y de signos que tanto los fortalece mientras más los respiran.

Sea cual fuere la razón que con tanta facilidad quebrara las fortalezas colectivas que una vez los uniera en los campus y en las calles, lo cierto es que al final todo se reduce a una configuración genética individual de sensibilidades afines desperdigadas como seudo tropas sobrevivientes a una hecatombe adonde los sueños van a refugiase como última frontera previa a la extinción. La realidad puede más y se impone la frialdad, el peso de lo material por sobre lo humano que enfila al ser "humano" por la senda más individualista que jamás haya imaginado cuando niño, cuando la ternura era su principal espada y la imaginación y los sueños su principal motivación, transfigurándola en una infame lucha sin cuartel por quien acopia más dinero, cuyo desmembrante símbolo será en adelante, aun en los estratos más pauperrizados de la sociedad, es la gran paradoja, sinónimo de respeto y de jerarquía.

Un desmembramiento y supremacía de lo material por sobre lo humano que se refleja en la nueva perspectiva que mueve hoy al mundo y hace de pequeñas naciones insulares como Islas Marshall o Tuvalu, amenazadas con desaparecer como territorio y como pueblo ante los embates iniciales del cambio climático, apenas márgenes de error estadístico cuya pérdida revertirá menor importancia que la numerología de las finanzas. Un campo de pruebas de lo que será el cambio climático a gran escala los convierte así en los primeros refugiados a perpetuidad del clima a quienes la frialdad de las mentes dirigentes del mundo condena a morir en vida al no plantearse metas más rigurosas que permitieran logros mayores, quizá ya no para salvarlos a ellos, pero si a los pueblos que siguen en ese orden de demérito de un interés unilateral por lo económico que prevalece hoy en el mundo.

Aquí cabe la siguiente interrogante, con todo el respeto que muy particularmente me merecen tanto Holanda como Reino Unido o Australia como pueblos comprometidos en la acción decidida contra el cambio climático. Si ellos fueran las primeras naciones amenazadas con la elevación del nivel del mar (en el caso de que no fuesen los 0.59 mts. planteados por el IPCC, sino más de 1 metro de elevación como es pronosticado por otras posiciones científicas para fines de siglo) y proclives de desaparecer, ¿Evidenciarían los líderes de las potencias reacias a los compromisos de reducción de CO2 el mismo nivel de indiferencia que hoy muestran por los pequeños países insulares? ¿Les comprarían también a ellos la mortaja y el ataúd con tanta anticipación como lo hacen hoy con las pequeñas islas brindándoles ayuda financiera para la adaptación que en su caso significa un certificado de defunción?, los cuales insisto, son medidas paliativas que solo prolongarán la agonía de los más vulnerables.

Por supuesto que no, hablamos de cosas mayores, de socios comerciales, hablamos de economías de primer orden cuya desaparición crearía un descalabro financiero inmenso que desestabilizaría a ese soporte principal sobre el que basan sus estructuras, el dinero y sus tenedores por cierto; no hablamos de seres humanos, de co-habitantes de un mismo planeta que más allá de nuestras diferencias nos merecemos la misma consideración y respeto. Hablamos de economías, de costos, y por supuesto de números. Crisis como las de Vanuatu, archipiélago cercano a Australia con la mayor densidad de idiomas per cápita en el mundo, cuya migración aborigen hacia zonas más altas está creando tensiones entre sus habitantes, seguramente se diseminarán por todo el mundo en tanto se den los avances previstos del calentamiento global y dudo mucho que los dineros de ayuda prometidos para la adaptación sean suficientes dado que si algo de democrático hay en todo este asunto es que el cambio climático golpeará sin distinción de razas, credos o jerarquías económicas.

Cuando niños, ser recriminados por haber incumplido un deber, o simplemente habernos sido asignada una tarea nueva merecía una respuesta lógica de aludir la situación "privilegiada" del hermano que quizás tampoco había cumplido con la suya o simplemente no era tan "desfavorecido" como uno con una tarea adicional. Pero éramos niños entonces y posiciones infantiles como la de Japón, Canadá o Rusia que con tanta anticipación ya le dijeron no a la extensión de Kioto cuando este expire el 2012 en tanto no se incluyan a economías emergentes como China e India, son inaceptables. El problema no es que tengan o no razón sus consideraciones, el problema es que no hay una posición de compromiso ético ante una crisis ineludible que entre tantos dimes y diretes, más y más difícil se nos plantea el panorama a futuro.

Conferencia Cradle to Cradle: La búsqueda de la ecoefectividad